miércoles, 31 de octubre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 12
En realidad las líneas contenían una serie de veladas quejas; Dña. Mencia esperaba que el “Sr. Adelantado no tardaría en “seguirla” (la frase, tal como estaba redactada, destilaba ironía, sazonada con unas gotas de desprecio). Sólo faltaba, pensé, que rematara sus líneas con el refrán peruano: “Lo que no alcanzan barbas, lo consiguen faldas”. Sin esperar la advertencia del geniecillo escribí en la “hoja de las iniciales” JSE por el piloto, sin muchas esperanzas, ya que me parecía que los anillos debían pertenecer a la familia y no a quienes hubieran servido en la empresa, y me dispuse a continuar con los documentos. Los folios que había colocado a continuación me intrigaron desde el primer momento, y si aún no los había inspeccionado era sólo por respetar el orden cronológico que me había propuesto seguir. Se trataba de algo que podría definir como bitácora, anotaciones de viajes hecha por Dña. Mencia; serie de hojas cosidas por manos poco expertas en encuadernar papeles, no todas eran del mismo tamaño ni textura, incluso había algún documento que estaba escrito en portugués. La lectura me atrapó, y por ella supe que la travesía de la Mar Océano había sido más desafortunada que lo habitual. Me impresionó sobremanera como las anotaciones, a medida que las fechas de los asientos pasaban, se tornaban más escuetas, por momentos poco coherentes, ¿pero que otra cosa se podría esperar de aquellos infelices viviendo permanentemente en estado de zozobra? No obstante lo trágico del relato, en ningún párrafo encontré una sola queja hacia la Divina Providencia que los ponía en tan terribles pruebas, ¡sólo había bendiciones al Altísimo por sacarlos siempre con bien! Su lectura me llenó de paz y creo que por su influjo aquella noche renové mi compromiso de servicio a Dios Nuestro Señor. La travesía de la Mar Océano había sido más desafortunada que lo habitual.
El calvario comenzó con una persecución de piratas que ya por aquellos días habían comenzado a pulular en la Mar del Norte, atraídos por el oro de los galeones españoles, situación ideal para los carroñeros ingleses que no tan sólo lograban riquezas con sus andanzas, sino títulos de nobleza con los que su corona premiaba lo único que apreciaban, la riqueza. En las maniobras para eludirlos, lo que finalmente se consiguió, la flota de Dña. Mencia llegó a las inmediaciones de las costas africanas, debiendo desde allí retomar rumbo a Poniente, cosa dificultosa por la dirección de los vientos, para corregir la deriva a la que se habían visto obligados.
Escaparon de las garras de los ladrones de la mar para caer en otras no menos peligrosas: las tremendas tormentas que los azotaron durante semanas enteras empujándolos hacia las costas del Brasil en donde debieron recalar por el estado de postración de las naos, desarboladas por los vientos y carcomidas por las diminutas alimañas de aquellas aguas. Finalmente atracaron en una bahía a pocas leguas al Septentrión de la isla de Santa Catalina, quedando atrapados sobre la playa de arenas blanquísimas, entre los morros exuberantes de vegetación y la mar profundamente azul.
Dña. Mencia, “La Adelantada” como ya comenzaban a apellidarla, que al parecer no dudaba en ejercer la autoridad de caudillo en que las circunstancias la colocaron, despachó a Asunción, por tierra, al capitán D. Cristóbal de Saavedra para que avisara lo que había acontecido, y pidiese ayuda a su hijo, D. Diego, al que hacía ya en aquella ciudad. En el escrito había numerosas apostillas, seguramente escritas “a posteriori” en los amplios márgenes que pienso se habían dejado “ex profeso”, y en el caso que ahora comento se leía con claridad: “Por esta expedición llegó a Asunción la primera noticia de que había nuevo adelantado, e Irala despachó río abajo a Ñuflo de Chávez en algunos bergantines a buscarnos a la isla de San Gabriel (1) , en la boca del Río de la Plata, pensando que habríamos logrado arribar allí. Al no encontrarnos, y como no podía navegar la mar con embarcaciones de tan poco porte, regresó a Asunción.”
(1) Isla pedregosa y pequeña, se encuentra a poca distancia al SE de Colonia del Sacramento, y era habitualmente usada en la época por los españoles, quizás temerosos de la ferocidad de los aborígenes de las costas.
(Continuará. Las entregas se harán el domingo y miércoles)
Alfonso Sevilla

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