miércoles, 17 de octubre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 10
-“¿En donde te has metido, insignificante demonio?- dije en voz alta, atisbando en todas direcciones.
-“Ante vuestros ojos, para serviros”- me contestó el muy truhán recostado sobre la mesa, con las manos enlazadas tras la nuca y los pies cruzados sobre uno de los tinteros de la escribanía, remedando la posición de mi cuerpo, ¡vaya majadero!
-“Vueseñoría cada vez que descubre algo, en vez de una respuesta, encuentra una nueva duda, ¿no?”- dijo, hurgando su daga en mi herida, al tiempo que se esfumaba en las tinieblas, privando a mis manos del placer de propinarle el bofetón que el bellaco merecía.
Libre del molesto demonio, y con la conciencia en paz, medité sobre todo lo leído. Intentaba dar coherencia a la serie de datos que pacían libres en el prado de mi mente; debía reunirlos, poner a su frente una yegua madrina, darles una dirección por la que marcharan seguros, es decir, que dejaran de ser sólo ideas sueltas para conformar un relato coherente; ¿no era eso acaso el hilo de Ariadna por el que clamaba? Y ya tenía una punta del cabo tan ansiado: el nombrado adelantado para el Río de la Plata que no llegó a zarpar nunca desde España por haber fallecido antes. El desgraciado cristiano había tenía por misión fundar un ciudad sobre la Mar Océano, para que sirviese de cobijo al tráfico marítimo entre su jurisdicción y España, y además debía llevar un contingente de mujeres para casar con los hombres de Asunción, terminando con sus prácticas aberrantes, y metiéndolos en vereda. La esposa del adelantado se encargó de armar la expedición, reclutar a los hombres principales y seleccionar las hembras que debían embarcar, empresa en la que invirtió parte importante de la fortuna de la familia. ¿Porqué no tomó semejante responsabilidad el propio adelantado? No lo pude dilucidar, pero las posibilidades no son muchas: o el caballero se encontraba enfermo, quizás del mal que lo llevó a la tumba, o bien su esposa tenía más agallas que las habituales y había tomado las riendas del asunto. Me pareció seguro que antes de fallecer el adelantado, hecho que debió ocurrir entre fines de 1547 y comienzos de 1548, ya sintiendo muy próxima su comparencia ante el Altísimo, haya nombrado sucesor a su hijo D. Diego, el que por diversas causas no se mostraba demasiado activo o dispuesto a lanzarse a la empresa.
Su madre, en otro rasgo que confirma la fortaleza de su carácter, lo instó enérgicamente a acaudillar la flota, evidenciando gran astucia en la selección de los argumentos que enrostró a su hijo para acicatearlo: uno de carácter material, los dineros empeñados; y otro de índole moral, la necesidad de mantener impoluto el honor familiar. Sin duda, pensé, la trunca frase debía destacar que era inevitable que la honra del apellido se viera menguada si se fracasaba en la misión, y más aún, si se desistía de ella por no atreverse a desafiar los riesgos que le fueran anejos.
-Vaya, vaya, como primer tramo de hilo, es bastante lo que tengo... pero a decir verdad, para el ovillo entero me falta bastante- pensé en voz alta, a la vez que tomaba la bolsa de cuero.
Abrí su jareta y derramé su contenido sobre la mesa, haciendo tintinear un buena cantidad de castellanos de oro que corretearon, se atropellaron, giraron como peonzas y, ya fatigados, fueron cayendo sobre el algarrobo. En una rápida inspección me apercibí que todos eran del mismo cuño. Tomé uno y lo examiné con detenimiento; en el anverso, envolviendo los perfiles superpuestos de los soberanos, se leía claramente una orla: “FILIPO Y MARÍA, POR LA GRACIA DE DIOS, REYES DE INGLATERRA Y ESPAÑA”, y en el reverso, el rostro del Emperador en el marco de otro filete: “FILIPO, REY DE LAS ESPAÑAS” (1) .
(1)Primera moneda batida en Lima (1557) con motivo de los festejos de la proclamación y jura de D. Felipe II.
(Continuará. Las entregas se harán los miércoles y jueves)
Alfonso Sevilla

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