martes, 23 de octubre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 11
-No está mal...65, 66, 67,... nada mal... 72, 73, 74,... engrosarán mi herencia, con la que dotaré a... 84, 85, 86... al Provincial “Societatis Jesu”... 93, 94, 95... - pensaba en alta voz, mientras contaba las monedas haciendo pilas de a diez. Sobre la mesa, tendido cuan largo era, el duende, fantasma de mi curiosidad, dormía despreocupado. A él, el dinero no lo excitaba. Contadas las piezas de oro, volví a los papeles no leídos. Seleccioné el que a mi criterio seguía por cronología, desgraciadamente tan maltrecho como los anteriores. Sin duda se trataba de un borrador de otra epístola, sumamente corregido, lleno de tachones y frases superpuestas. Como borrador que era no tenía frases protocolares, pero sí, lugar y mes: Sevilla, abril del Año de Nuestro Señor de 1550. ¿Porqué un borrador? ¿Tal vez porque a la misiva se le asignaba gran importancia y no se quería improvisar? ¿Y el lugar y mes? Quizás sólo se pensara remitirla en determinadas circunstancias, siempre en el mes de abril de ese año. La autora era sin duda la viuda del adelantado y la destinaba a su hijo Diego, heredero del título. Si bien era poco lo legible, algunos extremos de importancia quedaban claros, entre ellos el nombre de la dama: Dña. Mencia Calderón.
-Vueseñoría debería anotar las iniciales- me susurró al oído el trasgo, que había vuelto a la vigilia al pasar el oro a segundo plano- ¿Recordáis Señor los anillos con anagramas, y el pañuelo bordado?
Lo miré, esta vez sin rencor, parado sobre mi hombro; creo que hasta le sonreí mientras tomaba un papel y escribía MC. No obstante, para no sentar precedente, lo desbarranqué espalda abajo con un ademán de quien quita una brizna de polvo de su capa, lo que en vez de enfadarlo pareció causarle hilaridad. El muy truhán había encendido en mí la chispa de la intriga, y si no me apresuré a buscar anillos y pañuelo, fue sólo para no demostrarle al duende la influencia que podía llegar a tener sus sugerencias. Unos segundos después, y como al descuido, tomé el pañuelo... ¡y, sí; las letras sobre la seda eran MC! ¿Así que la viuda del adelantado era Mencia Calderón? Pues, ya había cobrado otra braza del hilo de Ariadna; el ovillo en mis manos comenzaba a engordar y el laberinto dejaba de parecerme infinito. Toda la misiva, o su borrador, estaba cargada de un aire de desilusión: ¿el de una madre que no ve en su hijo el empuje que ella soñaba?, ¿o quizás la frustración al tomar conciencia de que sus ordenes no eran acatadas? Conociendo como creo conocer al ser humano, y a las mujeres, es muy probable que una amalgama de ambos sentimientos hubieran movido su pluma.
A punto estaba de decir “informaba” a su hijo que ante las dificultades que él tenía para hacerse a la mar, ella se haría cargo de zarpar con tres naves para dar comienzo de cumplimiento al mandato que el adelantazgo conllevaba, pero me parece más preciso emplear el término “echaba en cara” (creo que esta expresión es más fiel al aire que se respira en todo el apunte), la partida sería en la fecha que ponía bajo la cruz; que la acompañarían todas sus hijas mujeres (me pareció que se regodeaba en marcar la palabra “mujeres”, como si quisiera resaltar que las agallas de la familia las portaban las hembras); que las “doncellas para poblar” eran cincuenta; que como piloto y conocedor del Río de la Plata llevaba a D. Juan de Salazar y Espinosa que había sido el primer alcalde de Nuestra Señora de la Asunción; y que la tropa, pequeña en número, iba a las órdenes de varios capitanes, todos de muy buen talante y disposición, y sobre todo contenidos (me pareció que había estado tentada de escribir que no era cuestión de poner “a los zorros a cuidar el gallinero”). (Continuará, las entregas se hacen los miércoles y los domingos)
Alfonso Sevilla

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