domingo, 13 de abril de 2008

CAPÍTULO 3: LA MEDALLA DE BAILÉN LITERATURA HISTÓRICA


LA SOMBRA DE UN LINCHAMIENTO (adnCULTURA.- LA NACIÓN, Buenos Aires, Argentina)
A 200 años de la Batalla de Bailén, la tercera parte de esta serie protagonizada por San Martín; un relato apasionante combina la investigación periodística con la técnica.

De regreso del fogón, con un cansancio sobrenatural encima, el capitán ya se encontraba en su pequeña tienda de lona, baúl y candil, cuando Juan de Dios se presentó a brindar con él. Venía un poco achispado el cazador y traía de regalo dos frascos enfundados en cuero. El capitán dejó los correajes y brindó por el rey con aquel otro héroe de Arjonilla. Juan de Dios, tambaleante y emocionado, le deseó fama y gloria, y a punto estuvo de desmayarse con un hipo sobre el catre. San Martín, que ya había sido demasiado condescendiente, llamó a su ordenanza, le pidió que llevara a Juan a la cama, lo arropara y que avisara a los suboficiales que tenía dos días de arresto por presentarse en estado de evidente ebriedad. Cuando daba vuelta para lavarse la cara en un cubo de agua fría bajo la luz de un farol de petróleo, tres húsares que pasaban lo vitorearon. El capitán les devolvió el saludo con simpática parquedad, se lavó, se secó, volvió a entrar en la tienda y se quitó las botas. Afuera se escuchaban toques de cornetín y murmullos. Y qué dirán ahora en Cádiz -se preguntó-. ¿Seguirán diciendo que soy un afrancesado, esos hijos de la gran puta? Se sentó en el catre, prendió un cigarro habanero y, completamente insomne, procedió a afilar la hoja del sable sobre una piedra de esmeril. Mientras afilaba pensaba en el marqués del Socorro. Se llamaba Francisco María Solano Ortiz de Rosas, también había nacido en América, y era a un mismo tiempo maestro y espejo del capitán San Martín. Un hombre gallardo y teatral, capaz de utilizar por igual la pluma y la espada, un héroe y un caballero, capitán general de Andalucía y gobernador político y militar de Cádiz. Solano había tomado a San Martín bajo su mando. Se habían conocido en la guerra del Rosellón y habían combatido juntos contra la terrible epidemia de la fiebre amarilla. En casa del gobernador, el capitán de Yapeyú se había relacionado con el arte, con la política, con las ideas y con la masonería. Ambos eran, naturalmente, contrarios al oscurantismo de sacristía y admiraban los ideales luminosos y modernos de la Revolución Francesa. Pero la ocupación de España y la masacre del 2 de mayo de ese mismo año, cuando el pueblo de Madrid se levantó contra las tropas de ocupación y fue duramente castigado, los habían convencido de que debía declararse con urgencia una guerra contra Francia. Aunque las órdenes no llegaban y la gente tomaba la prudencia de Solano como un signo de traición. Una noche, cien de los más exaltados entraron a la residencia por la alameda. Iban armados con pistolas, escopetas y navajas. Y los soldados que custodiaban el lugar los alentaban o hacían falsos gestos de resistencia. Sabiéndose perdido y entregado, Solano sólo atinó a dar unos disparos al aire que no disuadieron a nadie; subió por unas escaleras interiores y ganó los tejados mientras sus compatriotas entraban en la Capitanía y destruían y saqueaban todo a su paso. El marqués del Socorro saltó una pared y pidió refugio en la casa de una vecina irlandesa, viuda de un banquero, que lo escondió en una cámara secreta. Pero entre sus perseguidores estaba el albañil que había construido aquellos pasadizos y la suerte de Solano quedó sellada. Todavía logró correr un trecho, pero un ex novicio de la Cartuja de Jerez salió a atajarlo. Y el general lo empujó a las corridas. El ex novicio cayó a un patio interno y murió.
Por Jorge Fernández Díaz
De la Redacción de LA NACION

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