domingo, 13 de abril de 2008
CAPÍTULO 5: LA MEDALLA DE BAILÉN.- LITERATURA HISTÓRICA
"NO HABRÁ PIEDAD NI MIRAMIENTOS" (adnCULTURA.- LA NACIÓN, Buenos Aires, Argentina) Por Jorge Fernández Díaz , de la Redacción de LA NACIÓN.
En la quinta entrega de esta serie se relata un nuevo episodio protagonizado por San Martín: la caballería de Borbón y el batallón de Voluntarios de Cataluña cargan contra la columna francesa.
Madre que lo parió, es un plan muy peligroso , pensó el flamante ayudante del marqués de Coupigny. Aunque, claro está, se cuidó muy bien de no decir una palabra. El marqués le había permitido, en reemplazo temporario de otro de sus camaradas, pasarse un rato en el campo oval que forman, detrás de la mesa de los generales, sus hombres más experimentados. San Martín estuvo dos horas detrás de Coupigny mientras este debatía con el Estado Mayor, y sobre todo con el gran general Castaños, la estrategia para derrotar a los franceses. Estaban celebrando un consejo de guerra en la casa de una familia tradicional de Porcuna, y se mencionaba una y otra vez el nombre del diablo: Pierre Dupont de L ...tang.
Dupont era un aristócrata que había presenciado la toma de La Bastilla, había hecho carrera en la Legión Extranjera, acababa de ser nombrado conde por Napoleón y lo esperaba en París el bastón de mariscal si lograba aplastar la rebelión militar en Andalucía. Había entrado en Córdoba y había permitido que sus hombres la saquearan durante nueve días de horror y pesadilla, en los que los gabachos arremetieron contra iglesias, conventos y casas, asesinaron vecinos, degollaron niños, violaron monjas y se robaron dinero, joyas, imágenes religiosas, alimentos, vehículos y caballos. Después, al abandonar Córdoba, tuvieron que marchar muy lentamente por el botín que llevaban: siete kilómetros de carros. A Castaños y a Dupont les tocaba jugar el ajedrez de la guerra en aquel caluroso junio de 1808, y los demás serían solo piezas expiatorias del pavoroso tablero. El plan del general Castaños era arriesgado e imprudente. Había que cruzar el Guadalquivir con dos divisiones, reorganizar las tropas en Bailén y avanzar hacia Andújar para caerle al enemigo por la espalda. Mientras tanto, él mismo fijaría a Dupont en Andújar y lo acosaría para hacerle creer que el ataque principal llegaría por el frente. No sabemos siquiera cuánta tropa tienen los franchutes -se decía San Martín-. Y tenemos una marcha de cuarenta kilómetros en paralelo al flanco izquierdo del ejército de Dupont. Mala cosa. El marqués fue puesto a la cabeza de la segunda división, que contaba con más de siete mil hombres y que tenía por objeto tomar posición inmediata de un punto cercano a Villanueva de la Reina, el poblado donde estaban instaladas algunas tropas estratégicas del ejército francés. El capitán ayudante iría a su lado, preparado para entrar en acción directa en cuanto se lo ordenase. También eran de la partida el subteniente Riera, mucho más atrás, y el húsar Juan de Dios, que cabalgaba con los ojos entrecerrados. El ejército del marqués marchaba al infierno o la gloria en una explosión de color, cada uno con el uniforme del regimiento original al que pertenecía, por terrenos verdes, pródigos y alegres donde reinaba, sin embargo, un silencio de muerte. Coupigny era alto y rubión, casi colorado, y no gastaba mucha saliva. Pero sentía gran estima por su protegido, aunque tal vez presentía que San Martín estaba librando su propia batalla.
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