sábado, 19 de abril de 2008

RITA HAYWORTH EN EL APOCALIPSIS


Por Tomás Eloy Martínez
La Nación, Argentina; El País, España, 19Abr08 .

Cada vez son más misteriosos los caminos que elige la televisión para sus revelaciones. Hace pocos meses uno de los canales de Nueva York inició un ciclo de películas de Rita Hayworth que me mantuvo desvelado varias noches. Casi todas eran desconocidas para mí. Al final del ciclo, el canal de Arte y Entretenimiento difundió una minuciosa biografía de la actriz, que muestra a Rita en sus transfiguraciones sucesivas, desde que era una púber con dos escasos dedos de frente y bailaba en Bajo la luna de las pampas (1935) hasta que ya decaída, derrotada, sin alma, asomó su fantasmal silueta en La ira de Dios, un engendro impiadoso filmado en 1972. Ahora, en Madrid, veo a Rita resucitar en salitas de arte contiguas a la Plaza de España y en las mesas de las grandes librerías, pobladas por obras sobre efemérides redondas, como las que evocan los fusilamientos del 2 de mayo de 1808 inmortalizados por Goya. Para los 90 años de Rita faltan meses (nació en Brooklyn en octubre de 1918), pero su vitalidad actual no tiene que ver con las décadas, sino con otra forma de eternidad, la de los mitos. Las últimas imágenes que se tomaron de Rita datan de 1981, cuando estaba recluida en un hospital de California, con la cabeza vacía, limpia de toda memoria que no fuera la de su belleza marchita. Tenía entonces 63 años. Su demencia senil correspondía, sin embargo, a la de una criatura centenaria. El único ritual que parecía interesarle era el del maquillaje. El documental la muestra levantándose al atardecer, en un cuarto donde los muros son espejos. Se pinta las uñas con morosidad, se enrula el pelo y se prueba, uno tras otro, los refulgentes saltos de cama de sus tiempos de gloria. Rita hizo todo lo necesario para ser inolvidable: llegó más lejos que Marilyn Monroe en las insinuaciones de lujuria, se sumió en un misterio más rotundo que el de Greta Garbo, bebió más alcohol que Ava Gardner y devoró más hombres que Mae West. Su jerarquía, sin embargo, fue siempre la de un despojo, la de un sueño que no merece ser vivido.
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