miércoles, 7 de enero de 2009

EL OBELISCO, LA AVIADORA Y EL EXTRAÑO HOMBRE


Relato histórico en dos entregas.
Entrega 1
Palabras preliminares:

He escrito este breve relato pensando, como siempre, en todas y todos los amigos ganados a través del tiempo y residentes en diversos lugares del país y el mundo, pero esta vez pensando también en otras personas, algunas conocidas y la mayoría no: me refiero a todos los que aprendimos a volar en la Escuela de Aviación Militar y por tanto tenemos recuerdos y emociones juveniles ligados a aquella imponente ala de cemento que era un punto de referencia en nuestros primeros vuelos.
Pero tanto los que no conocieron al obelisco como los que muchas veces volamos sobre él no sabíamos casi nada de aquella aviadora ni del hombre que hizo construir ese mausoleo. Para mi era como una vieja deuda que alguna vez quería saldar. Se dio la oportunidad cuando encontré este admirable libro sobre Raúl Barón Biza de Christian Ferrer. (*) Pero el libro tiene 277 páginas y yo quería hacer un resumen coherente de no más de 5.
Bueno ahora ese objetivo está logrado y el trabajo tiene otras páginas escritas por mi y una con el comentario de un experto profesional del vuelo. En cuanto a las del resumen: algunas veces utilizo las palabras de Ferrer, pero otras las escribo “a mi manera”, las comento y organizo de otra forma. Digo esto para que quede claro: yo no soy el investigador, yo me aprovecho de aquél trabajo para saber lo que quería saber y para decir lo que quiero decir sobre el tema.
Cuento esto con la alegría de los “escribidores”, (**), cuando terminan una tarea que les demandó tiempo y esfuerzo, ya que ahora puedo presentarles esta versión más o menos definitiva de este escrito sobre la dama, el obelisco y quien lo hizo construir.
Ernesto A. Isele

(*) Christian Ferrer: Barón Biza. El secreto mejor guardado de la historia argentina. Sudamericana, Buenos Aires, 2007, 277 p.
Además de este libro hemos consultado otras fuentes, pero han aportado poco a la seguramente muy ardua investigación que hizo este autor y a la notable forma en que la redactó y organizó.

(**) Categoría que supongo inferior, como sería la primera C en el fútbol nacional con respecto a la primera A, a la del escritor.



EL OBELISCO, LA AVIADORA Y EL EXTRAÑO HOMBRE
Transitando entre Alta Gracia y Córdoba de pronto nos encontramos con una alta, esbelta e imponente ala de cemento que se proyecta sobre el límpido cielo cordobés y parece estar enterrada, encastrada en el suelo como si fuera el producto de un avión que se estrelló contra la tierra. Si pasamos de noche vemos como una gran sombra vertical con dos luces rojas en la mitad de su altura y una, parpadeante, en la cúspide.
Yo sé, muchos sabemos, que ese obelisco serrano fue construido por un señor llamado Barón Biza, (R.B.B), en homenaje a su mujer, la aviadora Myriam Stefford, muerta en un accidente de aviación.
Pero yo, que aprendí a volar en un lugar cercano, la Escuela de Aviación, y muchas veces tomé el monumento como punto de referencia para ubicar la pista u otros puntos de Córdoba, me apropié emocionalmente del ala y cada vez que paso frente a ella rindo mi homenaje de recuerdo y pesar por todos los compañeros que, como Myriam, murieron jóvenes en un accidente de aviación. Quizás los primeros de ellos se llamaron Blas Lamboglia y Edgar Alesso y su desaparición me conmovió profundamente: cuando uno ha vivido muchos años, la muerte empieza a aparecer como algo natural e inevitable...pero cuando se tienen algo más de veinte años parece una fatalidad tremenda y desgarrante.
Por eso, porque veo al ala como ligada a mis recuerdos de alegrías y pesares juveniles, siempre quise saber algo sobre la aviadora y sobre el que hizo construir ese obelisco serrano, de 82 metros de alto, varios metros más que el de Buenos Aires que se construyó en el mismo año de 1936.
Ese deseo pudo concretarse cuando en una de mis habituales recorridas por las mesas y estantes de librerías encontré el libro citado, que resultó muy bueno, sobre Barón Biza, y a continuación les contaré, con mi propia interpretación y comentarios, algo de lo leído sobre la aviadora, el obelisco y sobre ese avasallante, indócil, excéntrico y trágico personaje, esposo de la primera y constructor del obelisco en su memoria.

LA DAMA
Myriam Stefford era el seudónimo elegido por una chica suiza de grandes ojos verdes, cabellos rubios, exquisito rostro y hermoso cuerpo, que se iniciaba como actriz de teatro, con actuaciones en Viena, París y Budapest y también de cine, pero ya compartía tiempo y diversiones con los muchachos ricos de todas partes del mundo que habían hecho de París una fiesta en los “locos años 20” del siglo pasado.
Uno puede suponer con fundamento que eran muchos los que “se paraban para mirarla”... y bien, uno de ellos era nuestro Raúl Barón Biza, que por aquellos tiempos andaba por el mundo ejerciendo con dedicación su oficio de argentino rico, desocupado, bullanguero y farrista. Pero R.B.B. no sólo quería mirarla y se lo dijo, pero la chica contestó “ni”, para moderar sus ímpetus pero sin desahuciarlo, y entonces el morocho argentino debió poner en pleno funcionamiento toda su inteligencia, ingenio y riqueza, esta última bajo la forma de generosas invitaciones y espléndidos regalos, así, después de muchos esfuerzos, pudo , como en el tango, “alzarla de París”... pero para quedarse a vivir por allá.
Posiblemente se habían conocido en 1925, hablando francés, ella tenia 20 años y él 26 y por un tiempo disfrutaron juntos los balnearios, los cocktails y las pistas de esquí . Recién se casaron, en Venecia, en 1930, 20 días después del golpe que en la Argentina derrocó a Yrigoyen y que significó un cambio importante en la vida de R.B.B. La ceremonia y la fiesta fueron grandiosas y a ella concurrió gran parte de la nobleza europea, artistas, escritores y millonarios de múltiples procedencias. Los años que compartieron, dice Ferrer, se parecieron a un viaje sobre la cubierta de un transatlántico de lujo.
Se radicaron inicialmente en París, pero para vivir en Buenos Aires R.B.B. hizo construir una soberbia mansión en la avenida Quintana, allí pasaron una parte de su tiempo , otra en la estancia de Alta Gracia y otra en vuelos y en preparativos para vuelos.
Porque en algún momento de su relación se produjo la transformación: de actriz a aviadora, pero sin dejar de ser “estrella”, de diva capaz de pasearse con un leopardo por las calles de Berlín a joven admirada por su audacia, por su voluntad, por su “modernidad”. No olvidemos que entonces la aviación era un deporte y una pasión para muchachos ricos, deportistas, aventureros, amantes del peligro y la tecnología, como lo fueron Newbery, Santos Dumont, Lindberg y otros. Justamente, en el tiempo que relatamos, en 1927, Lindbergh, había cruzado por primera vez el Atlántico en un vuelo solitario de más de 33 horas y era la admiración del mundo.
Barón Biza tenía amigos aviadores y fue uno de los primeros pasajeros, su personalidad y su posición económica encajaba justo con la de aquellos precursores, por alguna razón él no se decidió a ser piloto pero es posible que Myriam lo haya sido para complacerlo, para gustarle no sólo por su belleza sino también por su intrepidez, por su ambición de realizar hazañas y batir records. Myriam estuvo con Raúl en la Argentina en 1926, 1928 y 1930, regresó casada en marzo de 1931, hizo el curso de pilotaje y de inmediato emprendió su proyecto de unir las 14 provincias argentinas con su avión. El próximo intento sería recorrer América desde Buenos Aires hasta Nueva York. No era una experta aviadora. Sí, una mujer intrépida, su avión “el Chingolo”, en el que tenían que volar con medio cuerpo afuera, podía alcanzar los 160 Km. por hora , tenía 8 horas de autonomía, muy pocos instrumentos y carecía de radio. Su instructor de vuelo y acompañante del viaje se llamaba Luis Fuchs.
Para intentar el primer objetivo en agosto de 1931 decolaron de Morón rumbo a Paraná, tuvieron varios aterrizajes de emergencia, pero llegaron a Corrientes, y de allí a Santiago del Estero, en vuelo a Salta deben aterrizar por niebla, al despegar arrastran un arbusto, capotan y rompen el avión. Un amigo de R.B.B. les presta otro y reinician el raid, llegan a Tucumán y luego a Catamarca y La Rioja. El 26 de agosto salen con rumbo a San Juan, adonde no llegarán nunca porque caen en la pampa de Marayes , un lugar desolado de esa provincia, con un caserío en sus cercanías.
Esto es lo que escribió después de una de las etapas “... el viento disminuía cada vez la marcha de mi avión...noche, noche terrible, peligrosísima: nubes de granizo, que fácilmente podían romper el corazón del Chingolo que es la hélice. Nada más horrible ni impresionante que el caer a doscientos o tres cientos metros escasos del avión los rayos. Se iluminaba la noche de rojo y azul, parecía que el cielo se había incendiado, No sé qué hacer...ni un pequeño espacio donde posar mi pajarito. Tomo altura, con la esperanza de pasar las nubes, 500, 900, 1.200 metros Noche siempre noche. Estoy empapada, aterida de frío. El agua ha pasado mi buzo y el viento hace que este se hiele. Debo aterrizar, en cualquier forma, en cualquier parte. Un golpe de timón me hace descender vertiginosamente a tierra”.... Esto que escribe es como un manifiesto de la irresponsabilidad como aviadora, como un seguro anticipo de un trágico final, salvo que mienta en su relato para hacerlo mas espectacular ¿qué piloto mas o menos consciente volaría de noche , con ese avión, sin instrumentos y dentro de una feroz tormenta?. Es inexplicable cómo no se mató en esta ocasión.
Cinco mil personas acompañaron su entierro en Buenos Aires, mientras en el aire varios aviones particulares y una escuadrilla militar maniobraban en círculos y arrojaban flores. En 1940 Carola Lorenzini, una admiradora de Myriam, logró unir en vuelo las 14 provincias, pero al año siguiente se mató en una exhibición en Morón.
(Continuará el domingo 11 con la entrega 2 y última)

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