viernes, 16 de enero de 2009

INTIMIDADES DE HITLER


El País, Montevideo, Uruguay, 16Ene09
Álvaro Ojeda
EL ASUNTO ES diabólicamente simple. Henrik Eberle y Matthias Uhl, los editores responsables de El informe Hitler, exhuman un documento secreto elaborado por la inteligencia soviética y lo transcriben anotándolo prolijamente. Como si fuera el jamón de un sándwich, lo encierran entre un minucioso prólogo y un fascinante epílogo mientras esperan con confianza a los lectores sabiendo que lo que tienen entre manos es oro.
El documento en cuestión fue escrito para saciar la curiosidad de Stalin y trata de la suerte corrida por Hitler luego de la caída de Berlín. Satisfacer a Stalin demandó cuatro años de intenso y feroz trabajo. Acabado el mismo, el 29 de diciembre de 1949 el Zar soviético recibió el resultado final casi con desdén y lo guardó entre sus documentos personales sin realizar comentarios o anotaciones de índole alguna. En 1959 Nikita Kruschov lo exhibió brevemente para intervenir en un debate en la República Federal de Alemania sobre el régimen nazi. Acto seguido lo archivó en una carpeta de asuntos generales como quien adecenta la casa por si llegan visitas. En 1991 Eberle y Uhl descubrieron que el acta desclasificada con el número 462 es una copia fiel del informe escrito para los ojos avizores de Stalin y la historia vuelve a su comienzo en los jardines de la Cancillería del Reich.
El fin y el comienzo. Hitler se suicida en su búnker bajo la Cancillería del Reich en Berlín, alrededor de las 15.30 horas del 30 de abril de 1945. Stalin se entera unas doce horas después por intermedio del mariscal Zhukov y, para variar, desconfía. Declara: "De modo que esto se ha acabado. Es una lástima que no lo hayamos cazado vivo. ¿Dónde está el cadáver?".
El Comisariado del Pueblo de Asuntos Internos -la NKVD- recibe la orden de Stalin de elaborar un informe veraz sobre el destino final de Hitler. Entra en escena Lavrenti Beria, que comprueba para su horror que los restos calcinados del Führer mezclados con otros restos, han sido desenterrados y vueltos a enterrar por las tropas rusas que tomaron la Cancillería. Hay que aclarar las cosas para el Zar bolchevique y hay que hacerlo de manera fehaciente. Los primeros informes de los forenses rusos -médicos y odontólogos del ejército- reconocen la identidad de los cadáveres y hablan de suicidio con cianuro. Es necesario conseguir testigos. El 2 de mayo de 1945 son capturados los comandantes de las SS Otto Günsche y Heinz Linge, ayudante de cámara y jefe del servicio personal de Hitler respectivamente. Ese mismo día se realiza una nueva autopsia sobre once cadáveres encontrados en los jardines de la Cancillería. Se insiste en el envenenamiento por cianuro. Hay que interrogar a los testigos directos. Günsche y Linge mienten sobre su identidad y condición pero son descubiertos por el teniente coronel de la NKVD Fiodor Karpovich Parparov, a la postre autor del informe que abarcará la vida pública y privada del Führer desde 1933 a 1945. El resultado es una suma de confesiones adecuadas para atenuar el maltrato y transcripciones agradables al paladar de Stalin. No obstante la verdad late debajo del procedimiento.
Ejemplos varios. El tono puede ser íntimo: "Goebbels cuenta ahora la última anécdota sobre Göring, cuyo amor por los uniformes de fantasía y por las medallas es tan desmedido, que se ha puesto una condecoración en el pijama. El chisme divierte mucho a Hitler. En broma encarga confeccionar una condecoración de papel de plata y oro y hacer entrega de la misma a Göring junto con un diploma redactado en un tono grandilocuente".
Los carniceros se divertían aunque luego de la derrota el ambiente cambió.
"La aniquilación del 6º ejército en Stalingrado tuvo sobre Hitler unos efectos terribles. Ya no podía subsistir sin las inyecciones estimulantes que le proporcionaba Morell, su médico personal, que se las inyectaba cada dos días después del desayuno. Ello le provocó espasmos estomacales de origen nervioso. Hitler tuvo que guardar cama durante varias jornadas a causa de los fuertes dolores que sufría. Linge que le suministraba el opio recetado por Morell, tenía que presenciar cómo Hitler se retorcía de dolor."
Cuando se produce el atentado contra el Führer en julio de 1944 las notas aclaratorias aportan luz sobre los odios personales de los oficiales de las SS.
"Hitler llegó a saber por medio de Himmler y Bormann que el mariscal de campo Rommel se había solidarizado con los conjurados. Le presentaron a Hitler informes del Servicio de Seguridad y Notificaciones según los cuales Rommel hacía proclamas derrotistas, declarando abiertamente que la guerra estaba perdida. Rommel se hallaba por entonces en su ciudad de Würzburg, donde se recuperaba de una leve herida en la cabeza que había sufrido en un accidente automovilístico". Los editores corrigen la versión: "El mariscal Rommel había sido herido el 17 de julio de 1944 en el curso de un ataque aéreo mientras viajaba en su automóvil en las cercanías de Livarot (Francia). Sufrió una grave fractura en el cráneo, dos lesiones en las sienes y una rotura de los huesos de la mejilla. Pasó la convalecencia en su casa de Herrlingen, cerca de Ulm". Este ejercicio de cotejar versiones arrancadas bajo tortura con datos objetivos, brinda al texto un corte verosímil y permite una exégesis completa sin anular el criterio propio del lector. También resulta evidente lo que le gustaba leer a Stalin, a quien se satisface a conciencia. Las orgías del secretario de Hitler, Martin Bormann, son reseñadas con pulcritud: "Su casa resplandecía de luz. Los ordenanzas de las SS sirven champaña, coñac, licor y dulces. En una enorme radiogramola atruena una salvaje música de baile americana. Bormann toma entre sus brazos a su amante, una actriz de Dresde que reside en su mansión, y vuela con ella por todo el salón. La esposa de Bormann atiende a los huéspedes. Bormann la ha sacado expresamente de la cama para este cometido. La mujer le ha dado once hijos a Bormann y le es servilmente sumisa. Él la ha obligado a aceptar el hecho de convivir con la amante de su esposo bajo el mismo techo".
Las referencias a los campos de exterminio son mínimas: "El parte del frente occidental corrió a cargo de Friedel, quien informó de que en Turingia los americanos habían continuado avanzando hacia el este y que habían ocupado las ciudades de Weimar y Jena. Hitler que hasta el momento había estado escuchando en silencio y aparentemente distraído, preguntó de pronto: -¿Y que ha sido del campo de Buchenwald? Buchenwald, uno de los mayores campos de concentración en Alemania, estaba en las proximidades de Weimar".
El desenlace. Se trata de un relato neutro, gris, fotográfico. De una narración de certezas sobre la muerte. Son datos recabados y transcriptos para la tranquilidad de Stalin.
"Una vez en el interior, pudo oler un tufo de pólvora, como suele haber cuando se efectúa un disparo. Linge volvió a dirigirse a la antesala de reuniones, donde se encontró inesperadamente con Bormann. Éste, con la cabeza gacha, estaba de pie junto a la puerta que daba a la estancia y se apoyaba con el brazo en la mesa. Linge informó a Bormann que el vestíbulo de Hitler olía a pólvora. Bormann se incorporó y, junto a Linge, acudió deprisa al despacho de Hitler. Linge empujó la puerta y entró junto a Bormann. A los dos se les ofreció el panorama siguiente: a la izquierda del sofá aparecía Hitler, sentado. Muerto. A su lado se veía, también muerta, a Eva Braun. En la sien derecha de Hitler se podía observar una herida del tamaño de una pequeña moneda y sobre su mejilla corrían dos hilos de sangre. En la alfombra, junto al sofá, se había formado un charco del tamaño de un plato. La pared y el sofá también estaban salpicados con chorros de sangre".
Es posible imaginar los últimos momentos del interrogatorio: los suspiros de alivio, la tos nerviosa, la ropa desarreglada. La lectura de Stalin.
El libro posee excelentes fichas biográficas y un prolijo catálogo de fuentes.
EL INFORME HITLER de Henrik Eberle y Matthias Uhl. Prólogo de Richard Overy. Tusquets, Barcelona, 2008, Distribuye Urano. 622 páginas.

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