domingo, 11 de enero de 2009

EL OBELISCO, LA AVIADORA Y EL EXTRAÑO HOMBRE


Relato histórico en dos entregas.
Entrega 2 y última
EL HOMBRE

Raúl Barón Biza, (R.B.B.), nació en Córdoba en 1899 y se suicidó en Buenos Aires en 1964. Su padre Wilfred había nacido en Colonia Caroya y casado con una dama distinguida de Tucumán, filántropa y muy cristiana : Catalina Biza, cuyo padre fue el primer maestro del General Julio A. Roca.
Wilfred había acumulado una gran fortuna que nuestro hombre se encargó de despreciarla: yo soy rico pero no tengo la culpa de serlo, decía, pero también de usarla, gastarla, disfrutarla y darle los mas diversos usos, entre ellos el de financiar los alzamientos y rebeliones radicales posteriores al derrocamiento de Yrigoyen en 1930. Fruto de ese empeño fue su relación con el político Amadeo Sabattini y su casamiento con su hija Clotilde en 1935, cuando ya era viudo de Myriam Stefford. En la década de 1920 él andaba también por los 20 años y cumplía sin desfallecer su rol de argentino rico , sin carencias, compromisos ni urgencias de ningún tipo: viajaba por el mundo y sus cinco continentes, pero claro, la capital del mundo era París y allí pasaba la mayor parte de su tiempo. No tenia problemas de agotar su curiosidad: había muchos cafés, cabarets, teatros y dancings que explorar y tantas “madmoiselle Ivonne” que conquistar... tampoco de soledad: por allí andaban también escritores, artistas plásticos, músicos, los cantores y las orquestas de tango, algunos, claro, quedaban “anclados en París” y los consumía la nostalgia, pero los muchachos de apellido Alvear, Dodero, Anchorena, Martinez de Hoz y tantos otros, iban y volvían tantas veces como se les antojara, aunque pocos bailaban tan bien como Ricardo Güiraldes que pocas veces podía eludir el pedido de “bailate un tango Ricardo”.
En fin, una perfecta muestra de la Argentina, o, mejor, de los argentinos opulentos de ese entonces. Cuando estaba en la Argentina tampoco se dejaba consumir por la tristeza y organizaba costosas, desprejuiciadas y desenfrenadas fiestas que las revistas de sociales se encargaban de comentar. Pero ya en esta época usa alguna fiesta para ridiculizar a la clase rica exigiendo a sus invitados venir disfrazados y disfrazadas de pordioseros hambrientos, malandrines o prostitutas, dice. “quise arrancarles el antifaz de caballeros y de finas damas”.
Pero R.B.B. también quería ser escritor y ya antes de los 20 años había publicado cuentos y novelas con escasa repercusión aunque algún crítico consideró que tenia pasta de escritor. En uno de sus viajes actuó como corresponsal de un diario argentino ofreciendo crónicas de la vida en Francia, pero especialmente de sus artistas y espectáculos. También editó a lo largo de su vida varias revistas, pero aquí sólo nos interesa la que escribió durante los años que compartió con nuestra aviadora, su nombre era Charleston, el baile de moda en 1926, era ligera, lujosa y sensual, se refería al cine y al mundo de los teatros de revistas como el Maipo o el Tabarís. Entre la publicidad de ropa cara, alhajas y vinos finos, está la del vino Barón que producía su hermano Leandro, (hoy todavía la bodega Chandon vende el champagne Barón B). En las páginas de la revista apareció la foto de la “nueva estrella de los Studios U.F.A”: la joven y bella Myriam Stefford, y Ferrer sospecha que editó la revista para homenajearla y halagarla.
Después, ya viudo, cambia la vida frívola y mundana por el compromiso político y la militancia insurreccional junto a los oficiales yrigoyenistas como el Ten. Cnel. Pomar, que había sido edecán del presidente radical, o del General Severo Toranzo, inspector general del ejército durante el gobierno de aquél, y padre del Teniente Carlos Severo Toranzo Montero, aquél que cuando General hostigó tanto a Frondizi, un compañero de militancia juvenil. En este compromiso cívico puso dinero, editó revistas, publicó libros y artículos atacando al gobierno y defendiendo la causa revolucionaria y popular. Conoció el exilio y la cárcel y trató a Sabattini, futuro gobernador de Córdoba y a Frondizi que fue su abogado.
A partir de 1933 R.B.B. escribió libros como El derecho de matar, que fueron considerados escandalosos, agresivos, descarados, lascivos, pornográficos... y que no sólo fueron prohibidos y le ganaron múltiples repudios, rechazos y críticas feroces, sino que también le ocasionaron multas y prisiones. Libros sobre los que en 1963 imaginaba: “Barón Biza es un autor que se leyó ayer, se leerá mañana y siempre”, como vemos , creía que sus obras eran verdaderos hitos de la literatura universal, aunque la indiferente e impiadosa realidad a hecho que hoy nadie las recuerde ni sea fácil conseguirlas. Acerca de estas obras me parece que puede aplicarse muy bien lo que escribe Vargas Llosa, (LN, 29 mar 2008), sobre Louis Ferdinand Céline a quien llama “el último maldito”: “lo que se destaca es la ferocidad de una postura que arremete contra todo y contra todos, cubriendo de vituperios y exabruptos a instituciones , personas, creencias, ideas, hasta esbozar una imagen de las sociedad y de la vida como un verdadero infierno de malvados, imbéciles, locos y oportunistas, en el que sólo triunfan los peores canallas y donde todo está corrompido o por corromper...”.
Pero él estaba convencido que eran libros de desenmascaramiento, de denuncia de la corrupción y la hipocresía, especialmente de los ricos y poderosos, de los políticos y de la iglesia y, por lo tanto, tenían una finalidad de saneamiento y redención social.

EL OBELISCO, MONUMENTO O MAUSOLEO
Tiene 82 metros y está construido sobre una significativa elevación del terreno, lo que lo hace más imponente. Hoy está ennegrecido y abandonado, las placas y el motor que estaba cerca, sobre una base de piedra, han sido robados, y como la leyenda decía que las fabulosas joyas de Myriam habían sido enterradas en la base, a lo largo del tiempo numerosos saqueadores exploraron todo en busca del tesoro que realmente nadie sabe si estuvo realmente alguna vez allí, o, si estuvo, no fue sacado por el propio Barón, arrepentido de perder así una gran fortuna. La obra comenzó en agosto de 1935 y fue inaugurada un año después, en agosto de 1936, el mismo año que el obelisco de Buenos Aires que tiene 67 metros de altura y fue inaugurado en mayo de ese año 1936. Algunos calculan que 170 toneladas de hormigón fueron vertidas sobre un inmenso esqueleto de hierro.
Los 100 obreros que trabajaron bajo la dirección de un arquitecto, cavaron primero una fosa de 15 metros, bajo la superficie, para volcar allí toneladas de cemento como base o cimiento de la esbelta ala. En la parte superior de la torre hay dos ventanas a las que se accede por una escalera de caracol de aproximadamente 400 escalones. Según el libro de Ferrer, que estamos resumiendo, en la bóveda donde está la sepultura de Myriam las paredes son de granito negro, lo mismo que la loza sepulcral y en un rincón de la cripta están el timón y restos de las alas del avión. En una de las paredes hay un tragaluz conformado por dos ranuras, una horizontal y otra vertical de un metro con treinta centímetros que dan forma a una cruz y a una cierta hora del día dos rayos de luz iluminan brevemente la losa de la tumba.
A pocos metros del monumento, bajo uno de los olivos que alguna vez supo plantar, están, a su pedido , los restos de Raúl Barón Biza, que en agosto de 1964 se había suicidado mediante un tiro de revolver, según su hijo “para demostrarle a Dios, cuánto había fracasado en su persona”.
Y este es el fin de esta historia de opulencia, de desmesura, de brillos y de sombras, pero ligada a la de esta Argentina nuestra, querida y sufrida. Historia que nos recuerda esa muda y esbelta ala de cemento cada vez que pasamos a su costado.

Comentario de Alfredo Cano, un experimentado piloto profesional:
Agradezco a mi amigo Ernesto y a su curiosidad de investigador y ensayista la oportunidad de enterarme, aunque sea un poco, de la corta vida de Myriam Stefford.
Comparto con él y con los cientos de egresados como Aviadores Militares, el haber utilizado su monumento como referencia durante nuestros primeros pininos aeronáuticos. Sabía, como todos ellos, que había fallecido tempranamente en un accidente de aviación pero desconocía las circunstancias en que ocurrió.
Lo primero que acude a mi mente de viejo piloto de Hércules C-130, es que el raid proyectado necesariamente habría de terminar fracasando y, tal vez, costándole la vida como en realidad sucedió. Fundamento mi opinión en su propio relato. Volaba en una noche tormentosa en un pequeño avión, casi un barrilete, con muy poco o ningún instrumental y con una experiencia de vuelo limitada y una audacia a toda prueba. ¡Cóctel nefasto si los hay!
Ningún piloto experimentado de esa época, y mucho menos de la actual, volaría en esas condiciones y en un monomotor que en caso de fallas debería intentar un aterrizaje de emergencia en un campo no preparado y a ciegas. No sabemos cómo logró superar el mal trance pero lo hizo. En tren de opinar respecto a cómo perdió la vida, me atrevería a decir que la bella dama y su frágil Chingolo fueron víctimas de las turbulencias que el impiadoso viento Zonda produce en la región cuyana. (nota: el autor del libro habla de “pozo de aire”)

(Nota de Clave 88: para los nostálgicos de los vuelos como “aprendices de cóndores”, va una fotografía del obelisco desde la vertical de aquel “mojón del aire”, que tanto les sirvió)

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