sábado, 23 de mayo de 2009
AL RESCATE DE UN CLÁSICO DORMIDO
La Nación, adnCULTURA, Buenos Aires, Argentina, 23May09
Una novela aparecida en 1867 resurge hoy como una de las obras más importantes de Europa, comparable con los libros de Stendhal, Balzac y Dickens. Llega a la Argentina Las confesiones de un italiano , de Ippolito Nievo, fresco histórico de un siglo de guerra y amor. Según Claudio Magris, un texto imprescindible e inmortal.
Por Claudio Magris
Hay grandes libros que, aunque a veces generosamente imperfectos, quizá porque no dio tiempo a acabar de pulirlos o porque se ven superados, en algún detalle formal o estructural, por su propia riqueza, forman parte -en mayor medida que otras muchas obras de una factura irreprochable- de las obras maestras de la literatura universal, por la totalidad, intensidad y profundidad de vida que contienen y que son capaces de hacer revivir.
Las confesiones de un italiano , de Ippolito Nievo, es una de esas obras maestras, una de las poquísimas novelas italianas (como Los novios , con la que puede rivalizar) que está a la altura de las grandes novelas europeas del siglo XIX, aunque su grandeza no haya sido admitida del todo, pese al obvio reconocimiento, los muchos y destacados estudios críticos, las traducciones, la conciencia común y la fama internacional. Hace algunos años, uno de los más importantes editores alemanes, que estaba preparando una nueva edición de esta novela en Alemania, me hablaba de ella con el entusiasmo de quien quiere proponer a los lectores un libro que, pese a todo, está aún por descubrir, y no con la naturalidad de quien publica un clásico que no puede faltar en una colección. En ese sentido Nievo es quizá, en parte, víctima del aislamiento que sufre a veces aún hoy la literatura y en especial la narrativa italiana del siglo XIX. Las confesiones de un italiano hacen realidad en muy alta medida el ideal y la esencia de la novela, la representación de un gran acontecimiento histórico colectivo que ha calado en una irrepetible existencia individual, con la que se funde indisolublemente, sin menguar por ello su peculiaridad.
La vida de Carlo Altoviti, el protagonista que nos narra su peripecia vital, se inserta en un grandioso fresco histórico que retrata el final del viejo mundo ancien régime , identificado sobre todo con la venerable y decrépita República de Venecia, los trastornos de la época revolucionaria y napoleónica, la Restauración, los primeros y contradictorios fermentos del proceso de Unidad Nacional Italiana, del que el garibaldino Nievo no solamente es un apasionado y activo impulsor, sino también su conciencia política y poética. La grandeza del libro radica en su totalidad, en la presencia simultánea de una fortísima pasión y de una ecuanimidad épica ante las figuras y los acontecimientos. El profundo sentimiento de arraigo en la Historia, que le permite pintar un cuadro incomparable de los hábitos políticos y sociales y captar en la práctica, en su actuación concreta a través de la vida de los individuos, las tendencias y las fuerzas históricas de la época, no le impide abrirse con una fuerza y frescura poética excepcionales a todo cuanto rebasa la dimensión histórica y es irreductible a ella: a la Naturaleza, de la que es un extraordinario poeta, o a ese paso oscuro más allá de la muerte, que él mira sin permitirse fe alguna, pero no obstante con un profundo sentimiento religioso.
El intenso y explícito sentimiento de la vida como hecho moral no absorbe toda la atención hacia lo que, en la vida misma, trasciende la dimensión ética; ni oscurece tampoco el encanto y el asombro ante el demoníaco fluir de la vitalidad que no quiere saber de justicias ni de virtudes, sin que, por otra parte, esa intrépida mirada a esas seductoras e inquietantes bajezas debilite en lo más mínimo su vigoroso compromiso moral. Del mismo modo, su crítica despiadada de la podredumbre del viejo mundo no excluye una tierna mirada hacia él ni el reconocimiento de sus méritos, del mismo modo que el muy lúcido y amargo desencanto por las traiciones y fracasos de las revoluciones, retratadas sin la menor reticencia, no destruye la desilusionada fe en el progreso, por muy lleno que esté de terribles y también repulsivas contradicciones. Las confesiones es un gran libro que aborda la formación de una conciencia ético-política, italiana y europea, y al mismo tiempo también un gran libro impregnado de ternura y de sentido del humor, de sterniano amor por las más pequeñas cosas.
Escritas por un autor que murió sin alcanzar la edad de treinta años, Las confesiones adolecen, sobre todo en la segunda parte, de defectos y exuberancias, de cierta prolijidad digresiva. Pero son un fresco de la vida entera, amada sin énfasis optimistas y sin ilusiones, y captada a través de una galería de personajes inolvidables que ejemplifican toda la gama y la complejidad, todos los registros que van de lo cómico a lo trágico; baste pensar, por poner un solo ejemplo, en la figura de Pisana, quizá la más atractiva figura femenina de la literatura italiana y ciertamente una de las más hermosas de toda la historia de la literatura, digna de esta novela que se aventura con inexorable agudeza por los meandros del Eros, por su encanto y malicia, sus crueldades e insondables ambigüedades. Entre la cocina de Fratta [el castillo donde transcurre la infancia del protagonista N. de E.] y el mundo, la novela capta toda la vida sin la menor rémora, superando incluso las resistencias de las propias convicciones del autor, y creando un extraordinario magma lingüístico, una escritura genialmente híbrida, capaz de expresar lo múltiple.
Las confesiones es un libro que ayuda a vivir y también a mirar cara a cara a la muerte. En estos tiempos en que Italia parece correr un riesgo de desmembración, es decir, de volver a hacer en sentido inverso el camino descrito en la novela, se podría leer este libro para extraer también de él un amor crítico y lúcido por nuestro país, así como una concepción moderna de éste. Al final del libro, Carlino, ya octogenario, vislumbra el surgimiento de una sociedad futura en la que el progreso general, en su opinión, superará esa multiplicidad contradictoria y ambigua de su mundo, en beneficio de la historia civil y en detrimento de la novela y la caricatura. En esto, quizá, se equivocaba, porque la realidad, si acaso, se ha vuelto cada vez más caricaturesca.
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