lunes, 11 de mayo de 2009

LA REBELIÓN DE UN ESTETA


La Nación ADNCultura, Buenos Aires, Argentina, 09May09
Lytton Strachey, el escritor británico que reinventó el género de la biografía y lo convirtió en un arma de provocación intelectual, tuvo una vida apasionante y trágica. Ernesto Schoo la cuenta a propósito de la aparición en la Argentina de un texto de Strachey sobre Hume, que anticipamos en forma exclusiva
FOTO De izquierda a derecha: Edward le Bas, Barbara Bagenal, el crítico de arte Clive Bell y su esposa la pintora Vanessa Bell (hermana de Virginia Woolf), Peter Morris y Giles Lytton Strachey.
Por Ernesto Schoo
Para LA NACION- Buenos Aires, 2009
No podía haber sido sino inglés. La excentricidad de su apariencia y de la pose, la larga y estrecha figura, la tupida barba, la curiosa expresión facial que mezcla una aparente timidez (¡esos grandes anteojos!) con la inminencia de una salida burlona o una reflexión insólita, las manos de dedos afilados.

Todo eso y mucho más, en el célebre retrato, pintado por Henry Lamb en 1914, hoy expuesto en la National Portrait Gallery de Londres. Desde el cuadro, en una habitación sombría que ni siquiera el enorme ventanal consigue iluminar (a través de él vemos un sendero bordeado de árboles de tupidas copas, un trozo de cielo gris, unas señoras enlutadas precedidas por un perrito blanco), Giles Lytton Strachey (1880-1932) no nos mira a los espectadores, sino a un punto indefinido que está a espaldas nuestras, a un costado. Como absorto en una visión se derrama -literalmente- del sillón de mimbre hacia el piso, donde las piernas larguísimas se enroscan cerca de una silla en la que están apoyados un paraguas y un sombrero.
La melancolía de esta pintura -uno de los retratos más tristes que se hayan pintado jamás- parecería no corresponder con la leyenda de travesura y sarcasmo que ronda a la memoria de Strachey, integrante famoso del Grupo de Bloomsbury, apreciado como uno de los mejores biógrafos en la historia de la literatura inglesa, renombrado especialista en letras francesas y personaje pródigo en anécdotas demostrativas de un uso letal de la ironía. El retratista captó, quizá sin saberlo, el sentimiento que la muerte -en cierto modo, temprana- de su amigo dejó en el ánimo del Grupo. Lytton no cumplió cabalmente la promesa que sus notables dotes de escritor alentaron en quienes lo querían y admiraban, nunca escribió la gran novela que Virginia Woolf, por ejemplo, esperaba de él (y ella lo lamenta, apenada, en su Diario). Quizá Strachey mismo no creía en esa promesa; o, por lo menos, sabía que su talento no daba para tanto: tal vez no fue un gran pintor, sino un refinado miniaturista. Evaluación que no rebaja el mérito, sino que lo ubica en sus límites.
Fue el undécimo hijo (y el quinto varón) de una pareja aristocrática, la de sir Richard Strachey, general ingeniero, y lady Jane Maria Grant, activa sufragista. El general había actuado en la India como mano derecha del virrey, el conde de Lytton, padrino de bautismo del futuro escritor, quien le debe su nombre de pila (precedido de un Giles que nunca usó) y que desde chico mostró un sorprendente talento para las letras y para disfrazarse de mujer y recitar poemas famosos, tanto en inglés como en francés. Esto enfurecía al general y encantaba a lady Jane, quien se propuso dar a Lytton una excelente educación. Terminado el secundario, fracasó en el intento de ingresar a Oxford y se dirigió entonces a Cambridge, donde permaneció entre 1899 y 1905, especializándose en literatura francesa y relacionándose con Thoby Stephen (hermano mayor de Virginia Woolf), Saxon Sydney-Turner, Clive Bell y Leonard Woolf. Siguiendo una tradición universitaria inglesa, los cinco amigos formaron un grupo, The Midnight Society; según Bell, el núcleo inicial del Bloomsbury Group.
Cuando, en febrero de 1904, murió sir Leslie Stephen -padre de Vanessa (1879), Thoby (1880), Virginia (1882) y Adrian (1883)-, los cuatro hermanos decidieron que ya habían tenido bastante de boiseries de roble oscuro, cortinados espesos, muebles complicados y gigantescas plantas de interior: dijeron adiós a los sofocantes interiores victorianos, dejaron el caserón de Hyde Park Gate donde se habían criado y se mudaron a 46 Gordon Street, en Bloomsbury. Sus parientes y amigos clamaron al escándalo: ¿cómo era posible que cuatro retoños de la alta burguesía acomodada y culta, emparentados con la aristocracia, abandonaran un barrio prestigioso para vivir en uno de reputación dudosa? Bloomsbury, en el distrito londinense West Central 1, desplegaba y despliega aún, en los alrededores del Museo Británico, multitud de pequeños locales dedicados al esoterismo y talleres de artistas, restauradores de antigüedades y oficios varios. Nada adecuado para dos señoritas de buena familia, aunque vivieran con sus hermanos. Los Stephen contribuyeron a perfeccionar el rechazo: pintaron todas las habitaciones de blanco radiante, compraron muebles sencillos, funcionales, y colgaron en las paredes los cuadros de Vanessa, notable pintora influida por los fauves franceses, es decir, colores agresivos, crudos, formas distorsionadas: expresión, antes que belleza clásica.
Allí comenzaron a reunirse aquellos amigos universitarios con Thoby, Adrian y sus hermanas, a quienes se fueron agregando el pintor Duncan Grant (primo hermano de Lytton Strachey), el novelista Edward Morgan Forster ( Pasaje a la India, A Room with a View ), el economista John Maynard Keynes, el crítico literario Desmond MacCarthy (y su mujer, Molly), el crítico de plástica y marchand Roger Fry, la novelista Violet Dickinson y, poco a poco, algunos de los nombres del arte y de la cultura ingleses que serían mundialmente famosos al avanzar el siglo XX, como el poeta T. S. Eliot, el filósofo Bertrand Russell, la escritora Katherine Mansfield y muchos más (hasta Ludwig Wittgenstein pasó por allí). Los historiadores rigurosos limitan, sin embargo, la denominación de Grupo de Bloomsbury a aquel núcleo inicial, donde Lytton descollaba, entre tantas inteligencias, por su vasta cultura y su humor incisivo.
Fundamental para el grupo y sobre todo para Strachey fue el aporte de uno de los maestros de Cambridge, el filósofo George Edward Moore, cuyo credo podría resumirse así: "el sumo bien de esta vida consiste en alcanzar una alta calidad humana, en experimentar gratos estados mentales y en intensificar la experiencia mediante la contemplación de las grandes obras de arte".
Un golpe feroz abatió al grupo en noviembre de 1906: Thoby Stephen murió, a los 26 años de edad, de una infección contraída durante el viaje a Grecia que hizo con sus hermanas en septiembre de ese año. Golpe del que no se repusieron nunca: para ellas, como para los amigos íntimos, el apuesto y brillante Thoby era una criatura solar.
Como pudieron, los "bloomsberries" (así denominados por sus detractores, que fueron muchos) siguieron adelante y en el camino adquirieron una especie de hada madrina, de protectora, acaudalada y extravagante: lady Ottoline Morrell, quien puso a disposición del grupo su mansión londinense en Bedford Square y su casa de campo, Garsington Manor, en Berkshire. Quentin Bell, sobrino de Virginia Woolf, en su espléndida biografía de ésta, pinta a lady Ottoline como "una iglesia barroca austríaca, ambulante", de la cual surgían, alternadamente, "el arrullo de una paloma y el rugido de un león".
¿Qué mantuvo unidas a personalidades tan opuestas y que a menudo disentían con vigor? Ante todo, el rechazo al mundo victoriano y sus presuntos valores morales: pura hipocresía, para los de Bloomsbury. También a sus elaboradas ceremonias, la pompa cortesana y los alardes imperiales. El crítico Michael Holroyd, autor de la mejor historia hasta hoy escrita sobre el Grupo (publicada en 2006), dice:
Sus convicciones sobre la naturaleza de la conciencia y su relación con la naturaleza exterior, sobre la fundamental separación entre los individuos, que involucra a la vez aislamiento y amor, sobre lo humano y no humano del tiempo y la muerte, y sobre los bienes ideales de verdad, amor y belleza: todo esto subraya la insatisfacción del grupo con el capitalismo y sus guerras imperialistas. Estas convicciones de Bloomsbury también informan de su crítica del materialismo realista, en pintura y en ficción, así como de sus ataques a la sociedad represiva y no ecuánime en cuanto a la diversidad sexual, y su deseo de instalar un nuevo orden social basado en la liberación de las normas restrictivas del orden establecido.
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