domingo, 3 de mayo de 2009

LAS DULCES PALABRAS DEL REGRESO


La Capital, Rosario, Argentina, 03May09
Aquí y ahora. “La poesía está signada por un elemento romántico en el sentido profundo del término”, dice Bellessi. (Gentileza: Página 12)
La reciente aparición de Tener lo que se tiene. Poesía reunida, de Diana Bellessi (Zavalla, 1946), publicada por Adriana Hidalgo editora, con prólogo de Jorge Monteleone, pone a disposición del lector una obra que se cuenta entre las más influyentes y singulares de la poesía argentina contemporánea, y vuelve a confirmar la plena vigencia de una producción que se ha venido desenvolviendo con una solidez incontestable durante más de treinta años, al tiempo que nos deja entrever la vitalidad en la que se afirma su desarrollo futuro.

La amplitud de matices que caracteriza la voz poética de Bellessi, y que se deja apreciar aquí sin interrupciones, constituye uno de los rasgos distintivos de esa potencia lírica que imprime a su obra una fuerza de irradiación y una intensidad inconfundibles, en la medida que “lírica es —según palabras de la misma autora— una voz desnuda en la impudicia de volverse sobre sí y hallar, en lo profundo del yo, aquello que lo rebasa, aquello que también le hace lugar de habla cuando se hablan las pequeñas cosas, las pequeñas voces en concierto”.
En este sentido, no es un dato menor el que esta Poesía reunida, integrada por los diez primeros libros de Bellessi —muchos de ellos prácticamente inconseguibles— más un inédito (Tener lo que se tiene), que da título al conjunto completo, ciña su ordenamiento “a una cronología de escritura y no de edición”. De tal modo, propone un itinerario que permite apreciar en toda su envergadura el despliegue de una producción tan orgánica como sorprendente, delimitando una franja temporal que se extiende desde mediados de los setenta —fecha aproximada de escritura de Buena travesía, buena ventura pequeña Uli, que abre el presente volumen— hasta la actualidad; para cerrarse —aunque quizás sería más justo decir “para volver a abrirse”— con la entrega de una última sección que ha sido intencionalmente excluida del índice, “Pista oculta”, en la cual se enmarca el extraordinario poema “La corona”, ofrecido como anticipo de un libro por venir.

La voz, el canto
Y es que si algo se hace evidente aquí es que la lírica, operando según una dinámica que penetra la historia hasta su raíz mítica, y emocional, funda una palabra que se arraiga con intensidad en el presente para sostenerse magnéticamente señalando el porvenir.
Esta cualidad, que se aprecia desde los primeros poemas de Bellessi, supone asimismo la construcción de un yo lírico cuyo rasgo central es la kinesia, en un movimiento que alude al mismo tiempo a la unidad y a la multiplicidad, porque es un yo construido en viaje, en peripecia vital, y porque es un yo siempre “visto desde lo otro, en la hermandad de lo viviente, con la esperanza de la unidad o el horror de lo mortal y lo escindido” —como también señala Bellessi—.
La voz, por su parte, se abre espacio en el seno de esa tarea de construcción, y lo que gana para sí en ese periplo es la anonimia, la diferencia conquistada en la entrega y no en el cierre del ego sobre sí; en la disposición continua de hacerse y deshacerse y no en el apego inerte de la conservación solipsista. Signos de esto encontramos ya en Buena travesía, buena ventura pequeña Uli, y en cada uno de los libros que le seguirán, pero el desborde se produce sin duda en Sur (1998), donde la simultánea intimidad e intemperie del paisaje americano donará un nuevo encuentro con aquellas voces que se creían perdidas pero que, una vez reencontradas, se vuelven revelación de una continuidad que tiende a desarmar las máscaras; y a partir de allí, ya no dejará de ocurrir: “yo” será “yo con otros” y la voz apelará siempre a darse como “la pequeña voz del mundo” y, clara, luminosamente, como canto; y esto no cesará de afianzarse en libros como La edad dorada, Mate cocido, La rebelión del instante, hasta Tener lo que se tiene.
En el camino, la elección por lo otro y los otros irá marcándose de distintas maneras. Lento alzarse de una pertenencia que demandará entrar también a una lengua astillada en el crispamiento de traer a la palabra lo que ésta se resiste a representar, como en Eroica (1988), portando la rebelión de una integridad sentida como derecho propio, para abrirse desde allí, poco a poco, a una nueva forma de la reunión, y dar cauce a aquel concierto de voces atendidas por “cuidado de lo otro y poder/ no de poseer, de dejarse/ ir”.
El poema se afirmará cada vez más como canto, pero para salir al encuentro del habla —a la que Bellessi llama “prima hermana de la poesía”—, aquella que es capaz de saltar y correr y crear sentidos como chispas que estallan y al momento se han perdido; lo que le permitirá al poema entregarse a una forma más blanda, pero, al mismo tiempo, le demandará una creciente atención y oficio, para mantenerse abierto a todo lo que habla.
Y los que hablan son, sí, los otros humanos, pero también la brizna de hierba, el pájaro, el jardín, el montecito. Son los antepasados italianos, y los peones golondrina, y los vecinos, y alguien que pasa, y la murga, y la gente de la tierra, y los que caminan en una manifestación, y la amada, los amigos, y los buhítos, el zorzal, la oruga, el arbolito, la luna, el rocanrol, la cumbia, las coplitas... Y este es el concierto al que se entra con el poema no para dirigir, sino para ser parte.
El canto, ya para siempre enlazado al habla, porta en la voz lírica que sostiene los poemas de Bellessi respiraciones, ritmos, entonaciones que hacen del poema un habla que canta y un habla encantada: embeleso de la repetición y rasgadura, imposibilidad de enlace del sentido en total y encabalgamiento que arma la cadena por entrega de la voz a su vocación de suturar y sostener la herida al mismo tiempo. No puede alcanzarse en plenitud “esto a decir”, pero en su decir entrecortado, a veces quebrado o casi balbuceante, “yo es una fiesta”, y en medio de la fiesta roza la plenitud por su flanco imposible, porque canta y dice, reúne, la palabra suelta, el saludo, las coplitas antiguas, la tradición del siglo de oro, los y las poetas leídos...

De una ética
De esto se trata la dinámica de lo propio y lo ajeno, de lo humano frente a la naturaleza que también lo toca, de la naturaleza ya definitivamente tocada por lo humano, de la historia a la que se entra por la emoción, del semejante que lo es no en el mero “parecerse”, sino en tanto rostro que, vuelto hacia nosotros, demanda la continua tarea del amor. ¿Para qué? Para sacarse de lo uno y devolverse a él, para pelearse con la sordera (la que no deja escuchar al otro humano y al otro del paisaje, es decir, el sonido de los vivientes, la música de los vivientes que tiene sus pausas, que hace también sus silencios de muerte, de vergüenza), la que demanda cultivar la atención, la atención como obediencia a una ética que claramente se inclina por el que es dejado afuera, privado del derecho a presentar su diferencia y a reclamar con ella no sólo un lugar, sino un buen lugar en el mundo, su puesto en lo sagrado, esa “relación pura // de las partes en el sueño del todo enamorado / que por un momento se saluda recordando: yo / soy vos en el conjunto, en la música inefable / y al mismo tiempo al alcance de la mano?”.
Por eso es política esta voz lírica y rebelde y muchas veces furiosa, y también íntima y siempre, siempre en viaje, para no dejar de recordarnos que “el misterio es cerca”.

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